La dramática vida de Rubén Darío
En la Introducción de la primera edición guatemalteca de este libro (La Dramática vida de Rubén Darío)
en 1952, decíamos que “La biografía de Rubén Darío es una empresa
todavía inédita…”. Podemos decir en 1979 que esa aserción todavía está
latente, si se piensa en una obra que abarque el aspecto biográfico
realmente total, y el aspecto crítico completo, fundidos en una unidad
que armoniosamente los conforme. Este sería un tipo de gran
biografía-ensayo, que ojalá el futuro la vea aparecer. Nuestro afán ha
sido esencialmente rastreador de los pasos del poeta desde su nacimiento
hasta la extinción de su aliento vital. La vida de Rubén Darío escrita
por sí mismo, sigue siendo la infraestructura inevitable para los
biógrafos, a pesar de las muchas omisiones, anacronismos, invenciones y
tergiversaciones.
Amén
de la premura de tiempo que explica esos numerosos errores, la
principal fuente de ellos es la memoria de la poeta, fabulosa para
retener palabras y pobre para conservar hechos. El caso más
ejemplificador que refiere el poeta, es la anécdota del capitán Andrews,
que correctamente narró como incidente de su primer viaje a España
(1892), y al contar el segundo viaje (1898), rectifica, diciendo que fue
en este que ocurrió. El doctor Oliver Belmás da la fecha de llegada del
capitán Andrews a Palos de Moguer.
Nuestras
fuentes —como en otra ocasión lo hemos dicho— más aprovechadas han sido
sus obras, los artículos y poemas que tienen fecha de composición o de
publicación si esta se hizo en más o menos breve lapso posterior. Las
recopilaciones de E. K. Mapes, Diego Manuel Sequeira, Alberto Ghiraldo y
Roberto Ibáñez son, por eso, preciosas. Un joven investigador
argentino, el doctor Pedro Luís Barcia, llevó a cabo una ingente labor
de esa índole concretada en dos volúmenes, el primero de los cuales, que
ya vio la luz, 1 nos ha prestado un servicio difícil de exagerar. El
segundo volumen no ha tenido la fortuna de ser impreso, y en Buenos
Aires nos fue imposible aprovechar los originales, ni siquiera el fi
chero bibliográfico, porque el acucioso compilador no quiso facilitarlo
entonces ni después, ni prestadas, ni vendidas las copias fotostáticas
de las fi chas. Contrasta esta conducta con la de otros investigadores,
algunos de los cuales llegaron hasta la munificencia como con placer lo
diremos más adelante.
El
último viaje de investigación realizado en la primavera de 1972 con mi
esposa Marta Rivas de Torres, fue tan fructífero que este libro se ha
enriquecido con la afluencia de un caudal de información que lo hacen
diferente de las ediciones anteriores, gracias, principalmente, al
Seminario-Archivo Rubén Darío, que ahora acapara el mayor interés por su
cuantioso acervo documental. Pero no queremos significar con esto, ni
mucho menos, que no dejamos nada por leer, anotar, copiar o fotocopiar
en ese viaje. En seis meses era imposible realizar el programa
preparado; lo impidió, ante todo, el factor económico, que tantas bellas
intenciones malogra. En Bogotá, copiamos algunos artículos de prensa,
pero el engorroso acceso a libros y documentos en la Biblioteca Nacional
no permitió esclarecer algunos puntos dudosos en las relaciones de
Rubén Darío y Colombia. Dichosamente, el libro del doctor Publio
González-Rodas, Rubén Darío and Colombia, cubre casi toda esa área.
En
Quito, tuvimos la fortuna de recibir la cooperación del Director de la
Biblioteca Nacional, licenciado Delgado, y su secretaria, señorita
Carrión, así como del jefe de la hemeroteca del archivo del Diario El Comercio,
señor Nelson Páez, siendo el resultado la fotocopia de ciento veinte
artículos periodísticos. En la Biblioteca Nacional de Lima todo se
realizó como a pedir de boca por haber en ella un personal
administrativo que casi se anticipa a los deseos del visitante. Allí,
pues, nos brindaron sus servicios la encargada del Departamento de
Consulta y Lectura, señora Alivia Ojeda de Padrón, y su secretaria; en
la Casa de la Cultura la señora Delfina Otero Villarán; en dicha
Institución nos introdujo la ciceronía simpática del escritor Francisco
Izquierdo Ríos, autor de La literatura infantil en el Perú y de
novelas y cuentos numerosos en que ha aprisionado el paisaje natal y el
alma de su pueblo. El señor Grégor Díaz, del Club de Teatro de Lima,
también nos atendió con gentileza.
Del
rico fondo bibliotecario periodístico obtuvimos ciento cuarenta y nueve
copias fotostáticas de artículos sobre Rubén Darío. En Santiago de
Chile nos honró don Roberto Meza Fuentes, el dilecto autor de De Salvador Díaz Mirón a Rubén Darío,
con su gentil trato al que sumó efusiva bondad su esposa doña Sara, y
con los libros y revistas útiles a nuestra indagación, que nos obsequió.
La Biblioteca Nacional fue sitio de indecibles emociones: leer
colaboraciones de Rubén, las clarinadas alboreales del modernismo, en la
época y tener en las manos las colecciones completas de las revistas Mundial y Elegancias.
En el Fondo bibliográfico Raúl Silva Castro, que custodiaba el joven
Jaime Mendoza, atentísimo, en la misma ilustre casa, hallamos documentos
que se citan en la debida oportunidad.
Buenos
Aires, palestra del modernismo, ofrece campo para un año de trabajo,
que será menos cuando el Dr. Barcia logre publicar el segundo volumen de
su compilación. Allí pudimos prolongar nuestra permanencia por dos
semanas, gracias a la cooperación económica de la Universidad Autónoma
de Nicaragua que nos facilitó trescientos dólares, lo que nos obliga a
estampar el nombre de su rector, doctor Carlos Tünnermann Bernheim, que
atendió nuestra solicitud. La Biblioteca Nacional de la “cosmópolis” de
Rubén, tiene tal caudal bibliográfico del gran poeta, que se ha debido
registrar en un catálogo especial mimeografiado.
La hemeroteca del Congreso de la Unión y la de la Biblioteca Municipal ofrecen el manejo de sus colecciones de la “sábana” de La Nación, La Prensa, La Tribuna, etc. Eran inevitables las visitas al Archivo de La Nación,
durante las noches, y el acceso lo obvió el culto secretario don Víctor
Claiman, y la facilidad de las consultas, el bibliotecólogo don Manuel
Garrido. Servicio similar nos prestaron con sus
gestiones en La Prensa, el joven poeta Antonio Requeni y el continentalmente conocido escritor antiimperialista Gregorio Sélser.
Viven
en Buenos Aires vástagos de los que fueron militantes del modernismo en
los años noventas, cuando Rubén Darío al frente de ellos hacía todo “el
daño posible al encasillamiento académico”. Lo que fue el entusiasmo de
aquellos jóvenes, puede uno colegirlo por el culto que todavía rinden
sus hijos al poeta libertador. Otros recibieron del seno materno el
santo y seña del amor al poeta, que también les transmitió el padre
admirador de las novedades poéticas que entusiasmaron su juventud. El
doctor Eduardo Héctor Duffau era de estos y allí estaba su cuantiosa
biblioteca dariana, amorosamente conservada, para probarlo. De allí
sacaron la materia prima de artículos, ensayos y libros muchos
escritores.
El
doctor Duffau fue muy cortés al visitarlo, nos mostró su tesoro
dariano, pero acaso por el influjo de los años que pesaban en su
organismo, su cortesía se tornó casi en hosquedad cuando mi esposa
empezó a copiar, de manera que solo pudimos aprovechar la primera
edición de Los Raros y algún otro libro. Pero nos compensó don
José María Longo al poner a nuestra disposición las primeras ediciones
darianas y la rica colección de recortes, esmeradamente conservada que
en largos años de atención alerta ha formado. El profesor Juan José de
Urquiza, nuestro amigo epistolar de años atrás, editor de Memorias de un hombre de teatro, de
su tío Enrique García Velloso, nos dio a conocer y se lo agradecemos,
la copia de una preciosa anécdota y las cartas de Darío al que fue
maestro del teatro argentino durante varias décadas. El doctor y
académico Fermín Estrella Gutiérrez, cuyo padre fue amigo de Rubén y
colega consular, nos brindó, con su acogida personal, el bien de sus
libros, en que hay buena miga de lo que buscábamos. Subrayamos con
placer y agradecimiento el nombre de doña Eloísa Darío de Schleh, hija
de Rubén Darío Contreras, por la buena voluntad de su acogida y el
obsequio de varios libros de su padre; ella es una artista del pincel,
que transmite su técnica como profesora, igual que su hermana Stella, a
quien no pudimos conocer, como tampoco a su hermano residente, a la
sazón, en otro país.
El
halagüeño comentario a la primera edición de este libro, cuyo recuerdo
está penetrado de reconocimiento, movió nuestros pasos hacia la calle
Caseros 2695 donde vivía el profesor, escritor y en buenos ratos, poeta
Germán Berdiales cantor y educador de niños en lejanos ayeres. Modesto
hasta la humildad y bueno como un digno personaje de santoral, vencía la
resistencia de su organismo claudicante para atendernos y en esa
gentileza lo aupaba su incomparable esposa Paulita, con su subyugante
ternura. Don Germán sentía por Rubén Darío una devoción que solo iba en
zaga a la que tenía por Jesucristo. En cada libro de Rubén había escrito
una estrofa traductora de su casi idolatría y como para demostrarnos su
solidaridad dariana nos obsequió un ejemplar de la primera edición del
gran libro de Arturo Marasso Rubén Darío y su creación poética,
dedicado a él, y en el cual, en el reverso de la tapa, adosó, engomada,
una carta elogiosa de aquel que fue buzo explorador de la obra oceánica
del poeta, provisto del más poderoso escafandro de sabiduría en letras
humanas.
Saludamos
con gozo y honra al doctor Juan Carlos Ghiano, eminente en la cátedra y
en la crítica literaria, a quien debemos los barristas compactos
puñados de juicios saturados de certeza, que se aprecian en Rubén Darío,
Análisis de Prosas profanas y en otras páginas suyas.
Saludamos también a un escritor y poeta de nombre que ha aparecido en
rotativos del Continente y cuyas colaboraciones en El Nacional,
de México, leíamos con apasionado interés. César Tiempo estaba en
compañía de su esposa doña Helena y de su hija Blanca Hizo da, tan bella
como talentosa. Las orientaciones de César fueron guías claras en
varios quehaceres que nos inquietaban, tal es la cuestión de la
nacionalización argentina de Enrique Gómez Carrillo y Rubén Darío, que
no llegó a efectuarse.
Contrariamos
el deseo de reseñar más contactos e incidentes gratos como la excursión
al Tigre Hotel donde Rubén escribió el poema “Divagación” y otros. Pero
el tiempo urgía el traslado a Montevideo. Por siempre imborrable en
nuestra memoria es la visita al gran poeta Carlos Sabat Ercasty, varón
de alta
estatura
y que a los ochenta y cinco años conserva la lucidez del cerebro que
por medio siglo irradió su saber humanístico en la juventud uruguaya.
Nos refirió su preciosa anécdota con de Rubén en el Ateneo de Montevideo
y nos obsequió varias de sus obras, entre ellas la gran Oda secular a Rubén Darío.
Su sala de recibo era su biblioteca en un minúsculo cuarto con menos
espacio que libros; vivía de una mísera jubilación y lo asistía con sus
cuidados y con su trabajo de maestra, su abnegada compañera.
En la oficina del leidísimo semanario Marcha,
estrechamos la mano de su director, el inclaudicable e infatigable
combatiente por los derechos de nuestros pueblos, Carlos Quijano, por
cordial presentación de su compañero de labor y de idénticas virtudes
cívicas, profesor Julio Castro. Un momento nos ocupó Rubén porque Marcha editó
la compilación de artículos realizada por Roberto Ibáñez; pero fueron
los problemas de nuestra América, infestada de tiranías y acogotada por
el imperialismo, el tema de nuestra conversación.
Queremos
dar las gracias a la alta poetisa y escritora Dora Isella Russell, cuya
amistad epistolar provocó la primera edición de este libro y que
siempre fue atenta a nuestros ruegos; al eminente catedrático, poeta y
ciudadano del Continente, maestro del civismo sin fronteras de patria y
partido, Roberto Ibáñez, a quien encontramos todo envuelto en la nube de
dolor por la falta de la compañera, imponderable por sus condiciones de
mujer y de erguido prestigio como poeta, Sara de Ibáñez, como ella
pronunciaba, con acento de mantenido amor. A Roberto Ibáñez agradecemos
el valioso presente de las Páginas desconocidas de Rubén Darío, con textos exactos y con páginas introductorias en que rectifica entuertos literarios y cronológicos importantes.
La consulta en la Biblioteca Nacional de Montevideo de los diarios El Día, El Siglo, El Diario del Plata, La Razón, El Bien, La Democracia, El Tiempo, El Pueblo, Ecos del Progreso, El Telégrafo y
libros uruguayos atañentes al modernismo, fue fácil gracias a la
señorita directora del Departamento de Servicios Públicos, Herminia
Costa Valles, y al señor Visco, Director del Instituto Nacional de
Investigaciones y Archivos Literarios.
En
Madrid, que llegó a convertirse en capital del modernismo como anexo a
la capital idiomática, la extensión del campo de investigación es
oceánica. Por esto fue lamentable perder el mes entero de agosto
arrebatado al trabajo por el ardiente verano. Menos mal que nos lo
compensó el mosaico de paisajes de una docena de provincias visitadas y
París. La Biblioteca Nacional, con su rápido servicio de xerocopias, dio
eficacia a la labor pesquisadora de incógnitas darianas. También fueron
sitios que coadyuvaron a saciar la inquietud, la Biblioteca Municipal,
la Hemeroteca Municipal y sobre todo el Seminario-Archivo Rubén Darío,
fundado por el catedrático de Literatura Iberoamericana, escritor y
poeta Antonio Oliver Belmás. No olvidemos que con aquel nombre se
rubrica el cuantioso acervo epistolar de Rubén Darío, que doña Francisca
Sánchez conservaba y que cedió al Estado español después de las
persuasivas gestiones del Dr. Oliver Belmás y de su esposa la poetisa
doña Carmen Conde. El Seminario-Archivo estaba —y creemos que
dichosamente aún está— bajo la alerta y celosa custodia de su director
Dr. Francisco Sánchez-Castañer, de su adjunto Dr. Luís Sáinz de Medrano,
y de la secretaria, señorita Rosa Martín Villacastín, nieta de doña
Francisca Sánchez, que en la Facultad de Filosofía y Letras distribuye
su actividad en la secretaría, en el estudio y en la vigilancia
inmediata del Seminario-Archivo sancta santorum del culto a Rubén Darío.
El doctor Sánchez-Castañer nos obsequió su libro Rubén Darío y el mar,
en que agota hasta el último residuo de la rica veta poética que el
titulo confronta; y es importante recordar que dirige la voluminosa
revista Anales de literatura hispanoamericana, publicación sucesora del Boletín del Seminario-Archivo Rubén Darío, que el Dr. Oliver Belmás fundó y dirigió hasta su muerte. En la nueva publicación se reserva espacio al Seminario-Archivo Rubén Darío,
de manera que los devotos tienen allí ara para su culto. Con la
constante cooperación de la señorita Martín Villacastín, pudimos
escudriñar la entraña del Seminario-Archivo, obtener varios
centenares de copias fotostáticas de cartas de Rubén y para él, y leer
muchas más que mi esposa anotó. Aquí estamos obligados a dar las gracias
otra vez al Dr. Carlos Tünnermann Bernheim, rector de la Universidad
Autónoma de Nicaragua, por su generosa ayuda,
que nos permitió no solo prolongar la estancia en Madrid, si no
completar, suficiente para ampliar bastante la investigación. Los
dariístas nicaragüenses deben reconocimiento al Dr. Tünnermann Bernheim,
porque, gracias a él, el Museo Archivo Rubén Darío de la Alma Máter
nicaragüense se enriqueció con todas las fotocopias que adquirimos en
nuestro viaje: cerca de un millar.
Con el título original de este libro La Dramática vida de Rubén Darío se
abriga un contenido que dista ya mucho del que ofreció la primera
edición, que en su momento fue el más nutrido de información biográfica.
El cincuentenario de la muerte y el centenario del nacimiento de Rubén
Darío, provocaron una diluvial producción de ensayos críticos, prólogos
notables en antologías y libros, en que los hitos biográficos no
escasean, ora como recuerdos, ora como referencias rápidas a lugares,
fechas y sucesos. Se hizo nueva edición de la biografía escrita por
Charles D. Watland y de la culminante del Dr. Oliver Belmás. Este otro Rubén Darío.
En ese alud publicitario rodó también la cuarta edición de La Dramática… egresada
prestigiosa Editorial Grijalbo, de Barcelona. En las notas se señala el
aporte que debemos a los autores cuyos trabajos aprovechamos. Sus
nombres llenarían una página aflictiva para el lector, pero no
resistimos el impulso que nos mueve a mencionar tres y sus hazañas;
doctor Boyd G. Carter, descubridor de la Revista de América, de
Darío y Jaimes Freyre; José Jirón Terán desenterró un buen puñado de
poemas totalmente ignorados de Rubén y Fidel Coloma González descubrió
el primer libro de Rubén Darío, que publicado en dos ediciones, la
primera facsimilar, fue el homenaje cumbre en las fi estas por su
centenario en Nicaragua.
Pero
lo que nos está atizando el ánimo es la urgencia de declarar a voz en
cuello nuestro agradecimiento a los señores José Jirón Terán, de León,
Nicaragua, y Hensley C. Woodbridge, de Carbondale, Illinois EE. UU., que
de la bondad pasaron a la prodigalidad y de esta a la munifi cencia,
con el envío de fotocopias, indicación de pistas, referencias y
rectificaciones oportunas. El Dr. Woodbridge nos ha enviado libros
enteros, xerografiados, y el correo aéreo ha traído de León —y luego de
regreso llevados— libros y folletos de la biblioteca dariana del señor
Jirón, la más cuantiosa del mundo. El que quiera saber lo que es la
devoción pura, total, absoluta, a un personaje, que se acerque a Jirón
Terán y conozca lo que ha hecho, hace y seguirá haciendo por acumular
papeles de y sobre Rubén Darío.
La
inclusión de más de un centenar de nuevos datos, fruto de la
investigación en que la parte dura correspondió realizar a doña Marta de
Torres, así como la copia definitiva del texto, y de la lectura de
trabajos de investigadores como Evelyn U. Irving, Fred. P. Ellison,
Sergio Fernández Larraín, George O. Schanzer, Boris Gaidasz, Donald F.
Foguelquist, que nos favorecieron y honraron con sus envíos gentilmente
dedicados, han enriquecido considerablemente la obra hasta hacerla,
quizás —ojalá que no— perder la amenidad que fue el principal propósito
original.
Fue
motivo de censura haber registrado en el relato biográfico el
alcoholismo de Rubén. La investigación reciente nos hizo topar con
ignoradas crisis que la lente biográfica no ha podido menos que
reflejar. Ese doloroso declive en que resbaló la vida de Rubén Darío,
desde su juventud hasta los días postreros fue, desgraciadamente, una
constante de su existencia. Es comprensible la repugnancia de los que
tienen una imagen mítica del poeta; pero les aseguramos que no lo aman
más que nosotros, que somos sus hermanos en ese amor; pero como
historiadores tenemos que ser fi eles a la verdad de esa vida preciosa,
gloriosa y desdichada. Es cierto que hay algunos otros grandes de
nuestra América que gozan de la casi deificación, y sus adeptos no
soportan ni un mínimo señalamiento de sus aristas humanas.
Celebramos
esa conducta, porque es la sublimación de un sentimiento ennoblecedor
del hombre: la admiración. Y es más, los acompañamos en esa actitud,
pero no nos empecinamos en reconocer los lunares, a veces manchas, de
sus magnas personalidades. No hay duda que la historia destruye mitos y
afea leyendas, amarga creencias y derrumba altares. Pero el “rompeolas”
que dijo Rubén, ha resultado ser de cemento romano y sigue resistiendo
los embates del olvido. Él emerge del barro del cotidiano vivir,
purificado por el amor a la belleza y su realización en estrofas de
perpetua lozanía. Amar la belleza inclaudicablemente y sin tregua es la
máxima lección de su vida.
Nuestra
última expresión de agradecimiento es para el público, y es la más
acendrada, que ha hecho posible con su halagadora acogida esta sexta
edición de La dramática vida de Rubén Darío. Abundantes fueron
los reclamos de universitarios distinguidos para que pusiéramos notas
indicadoras de las fuentes del texto. Ya hemos contestado esta objeción
en introducciones anteriores. Nuestro trabajo no ha tenido intención
erudita; quisimos ofrecer un libro de lectura fácil, amena en lo
posible, y consideramos las
notas contrarias a ese objetivo. Ahora hemos optado por algo difícil de
lograr, que es complacer a los eruditos y a los lectores corrientes,
poniendo notas al final de cada capítulo que corresponden cada una a un
pasaje del texto.
Y
si a los compatriotas del idioma, y a los hispanoamericanistas de otras
lenguas agrada nuestro esfuerzo, creeremos que hemos contribuido a dar
perpetuidad al recuerdo de Rubén Darío, aunque nada ni nadie puede hacer
más en ese sentido que su propia obra.
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Darío y otro capítulo de su dramática vida * Nieta de Francisca Sánchez la defiende: no vendió por
pobreza ni una sola página
* Rubén y su esposa vivían en la abundancia y otras como
pobres de pedir...
* Al donar pertenencias, Francisca comprometió al Estado a
costear estudios de su descendiente
* Rubén deseaba casarse con su compañera, pero el Papa se lo
impidió
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El hallazgo de la biblioteca personal de Rubén Darío, en las
postrimerías del siglo XX, ha puesto a nuestro poeta en las
primeras planas de España y con él, parte de su vida privada.
El diario ABC destacó sus periodistas a Boston, a investigar
más sobre el trascendental descubrimiento.
Se logró comprobar que del donativo valioso de las
pertenencias de Darío al Estado español, Francisca Sánchez
sólo pudo arrancarle al Gobierno de Franco los estudios de su
nieta Rosa Villacastín.
Entre las investigaciones hechas por los periodistas, se
conoció que una nieta de quien sostuvo relaciones
sentimentales con Rubén, Francisca Sánchez, ha salido al
frente para defender a su querida abuela.
QUEMA DE PESTAÑAS
Rosa Villacastín, dice ABC, se ha quemado muchas pestañas
catalogando las más de 6 mil piezas del legado que su abuela,
Francisca Sánchez, la última compañera del poeta nicaragüense,
donó al Ministerio de Educación y Ciencia en 1955, y que se
encuentran depositados en el Seminario Rubén Darío, de la
Universidad Complutense.
Rosa Villacastín niega de plano que Francisca Sánchez hubiera
vendido manuscritos o libros del escritor para sobrevivir. Ni
siquiera vendió las joyas que le regaló y que acabó perdiendo
en la guerra civil.
Según lo que se ha comentado tras el hallazgo, un vendedor de
libros en España logró la fortuna de encontrarse con estos
volúmenes porque la señora Sánchez estaba pasando un mal
momento económico.
DESCARTA RUMOR
Villacastín descarta la deducción del bibliotecario David
Whitesell, que halló manuscritos y libros de la biblioteca de
Darío en Harvard, según la cual Sánchez se vio obligada a
vender parte de la biblioteca para salir adelante tras la
muerte del poeta.
"Rubén, que no era precisamente ordenado, estuvo siempre
rodeado de secretarios que le robaron, como el último, que se
lo llevó a Nueva York a pesar de encontrarse muy enfermo para
que diera una serie de conferencias, y al final le acompañó a
Nicaragua, donde murió de cirrosis. Rubén y Francisca vivieron
siempre al día, a veces a lo grande, a veces como pobres a
pedir".
Narra que su abuela vino de Barcelona a Madrid, donde fundó la
pensión Mundial (hoy Hotel París), tras la muerte de Darío en
1916.
Durante años conservó todos los documentos de Rubén, hasta que
en 1955 Carmen Conde y su marido, Antonio Oliver, la visitaron
en Gredois y la convencieron para que donara todos los papeles
al Estado. No recibió nada a cambio, sólo pidió que me pagaran
los estudios. Así pude yo estudiar Filosofía y Letras, dice la
nieta.
EL PAPA Y DARIO
Villacastín hace memoria de que su abuelo, José Villacastín,
"se gastó una fortuna recorriendo Iberoamérica, comprando
todos los papeles de Rubén Darío.
José Villacastín sí pudo desposarse con Francisca, cosa que
Rubén jamás pudo hacer, a pesar de que pidió al Papa que
anulara su segundo matrimonio.
Lo casaron en medio de una borrachera. Su segunda mujer,
Rosario Murillo, pues la primera murió de parto, le persiguió
toda su vida y hasta robó su cerebro en León y lo tuvo bajo su
cama hasta que murió.
Villacastín supone que Murillo intrigó todo lo que pudo cerca
de los secretarios del poeta, pero en los cuatro testamentos
que RD redactó, el último en Nicaragua, legó todo a favor de
Francisca Sánchez".
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